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LA ELEGANCIA DE JOBS

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El aporte de Jobs no es típico en el mundo empresarial. Quizás por ello su muerte ha impactado de una manera reservada sólo a estrellas del cine.
por Andrés Benítez

La noticia de la muerte de Steve Jobs fue comunicada por Apple de una manera sorprendente. De un momento a otro, la página oficial de su sitio de internet fue copada por una fotografía en blanco y negro de su fundador, acompañada de una simple leyenda: Steve Jobs, 1955-2011. Una imagen que lo dice todo. Elegante, sobria, simple, pero de una fuerza y emotividad infinita. Sin duda, el mejor homenaje que la empresa le pudo hacer. Porque al final es el fiel reflejo de la imagen que Jobs siempre buscó darles a Apple y a él mismo.
Si uno busca los significados que tiene la palabra elegante, aparecen los siguientes conceptos: buen gusto, estilo, mesura, correcto, bello, bien proporcionado. Pues bien, Apple es sin duda una empresa elegante desde cualquier forma que se la tome. Sus productos son siempre bellos, bien proporcionados, hechos con mesura y buen gusto. Unas verdaderas obras de arte, como lo demuestra el hecho de que museos como el MoMA, en Nueva York, exhiben el iPod y otros productos de Apple al lado de otros objetos de culto, como una silla de Le Corbusier. Y en todo esto, la influencia de Jobs fue vital, por su obsesión por lo simple, por el estilo, por lo bello. Incluso su propio aspecto era así. En los últimos años nunca dejó de usar la misma tenida: una polera negra, blue jeans y zapatillas. Da la impresión de que Jobs buscó hacer de su vida algo muy simple, casi desaparecer, para volcar su creatividad en lo que realmente lo motivaba: sus productos. Nunca fue un hombre público. A diferencia de otros gurúes de la tecnología, como Bill Gates, no asistía a grandes conferencias ni se codeaba con presidentes o grandes personajes. Sólo aparecía cuando tenía algo que decir, y eso era cuando lanzaba un nuevo invento. Ahí se lo veía cómodo, feliz. Si Apple no tenía nada nuevo que mostrar, entonces él tampoco.
Jobs vivió para Apple y los resultados están a la vista. Se refugió detrás de sus increíbles productos pero, paradójicamente, él mismo se fue convirtiendo en leyenda. De esta forma, desafió la cultura moderna plagada de famosos que se amparan en el marketing. Jobs, por el contrario, era un tipo de verdad. Hablaba por sus obras. Y sus obras eran bellas. Apple fue la empresa que supo convertir lo que antes eran cosas funcionales y anónimas en verdaderas esculturas, objetos de deseo, cosas que contemplar. Jobs cambió en muchos aspectos la forma como vivimos, revolucionando la industria de la computación, la música, la telefonía, el cine y la lectura. Pero también le agregó belleza en un mundo plagado de cosas feas. Entregó sobriedad y moderación a una sociedad donde reinan lo superfluo y lo accesorio. Simpleza donde siempre hubo complejidad.
Así las cosas, el aporte de Jobs y Apple es uno que no es típico en el mundo de las empresas. Es superior. Quizás por ello la noticia de su muerte ha impactado de una manera hasta ahora sólo reservada a estrellas del cine, músicos o líderes sociales. Nunca la muerte de un empresario causó un revuelo así. Nunca una empresa había visto clientes llevando ofrendas a sus tiendas, rayando sus vitrinas no para protestar, sino para agradecer. Dar las gracias por sus productos, pero también por regalar tanta belleza y elegancia al mundo.

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